La alerta temprana y las intervenciones tempranas son mi modo preferido de prevención a largo plazo. Debe haber un cierto nivel hasta el que podamos predecir e intervenir en lugar de la habitual reacción instintiva ante la comisión de atrocidades. Y, en todos los casos en que se han producido crímenes atroces, las advertencias han sido claras. Pero, desgraciadamente, la intervención lleva más tiempo y, a estas alturas, no hacemos más que lamentar nuestra inacción.
No tengo elección. La prevención es una vocación a la que tuve que dedicarme rudamente. Fui subeditor jefe del periódico The Monitor-Uganda en 1994, donde cubrí el genocidio de Ruanda dos días después de que el avión en el que viajaba el Presidente Juvenile Habyarimana fuera derribado en Kigali. Estuve allí durante gran parte de la guerra, hasta que Kigali cayó en manos del Frente Patriótico Ruandés. Pero como no me conformaba con eso de contar cadáveres, empatizar y documentar a los muertos, decidí unirme a la causa para luchar contra la fea forma en que se producen esas atrocidades y tratar de combatir su comisión. Quedarse en la valla y contar cadáveres de los muertos en tales sucesos no puede ser una acción para acabar con tales asesinatos sin sentido. Así que el mío fue un bautismo de fuego. Vi la necesidad de intervenir y me uní a otros cruzados para impedir las atrocidades.
Deben comprender que el campo de la prevención requiere una mirada muy aguda: seguir acciones que ahora pueden no significar nada pero que en realidad pueden convertirse en el catalizador de la prevención de atrocidades. Además, es un campo que no está en contra del gobierno, sino que trabaja para complementarlo en la prevención eficaz de atrocidades. El gobierno debe saber que puede ser el órgano más eficaz de alerta temprana de cualquier violación grave si actúa de manera que ayude a la sociedad a ser pacífica y a coexistir. Siendo el Estado el principal "infractor" en la mayoría de los casos, sería mejor que el gobierno actuara de manera que no se encaminara hacia la comisión de atrocidades.
Las víctimas. Los muertos. Los cuerpos sin vida en charcos de sangre. Los miles de personas asesinadas y deshumanizadas por ser quienes son. Las niñas amamantando el pecho de una madre muerta durante tres días. La niña que recogimos de una pila de 300 cadáveres, que llevaba tres semanas viva alimentándose de carne humana en aquella iglesia de Nyarubuye, en Ruanda. Los huérfanos. Esos son mis motivadores. Sí, las víctimas.